"Te puedes sentar, viajero, en esta casa de piedras: es tarde tal vez bajo tu bandera, en tu patria. Aquí siempre es temprano y el fuego está por encenderse (...) Tú, si quieres permanecer o disolverte, puedes hacerlo. Lo único que se exige es azul"

Estas palabras de Pablo Neruda me parecieron oportunas y cálidas para darte la bienvenida. Sean, entonces, la puerta de entrada a mi casa de palabras. Con ellas y las de Octavio Paz comenzamos a navegar.

..... " La poesía /siembra ojos en las páginas /siembra palabras en los ojos /
..... Los ojos /se cierran. /Las palabras se abren."

viernes, 1 de abril de 2011

¿EL PARAÍSO PERDIDO?

"Había peces jamás vistos, plantas de ningún jardín, libros de imposibles librerías" dice Eduardo Galeano en Ventana a la feria de Tristán Narvaja. Y quien alguna vez haya recorrido el paseo dominical montevideano sabe que es verdad. En Tristán Narvaja todo es posible.
Y aunque los libros tienen su calle específica, sus vendedores especializados y sus clientes más o menos fieles, la sorpresa salta por lo general fuera de allí, en los puestos armados directamente en el suelo, donde conviven, en armonía inobjetable, la Biblia y el calefón.
Fue precisamente ahí que encontré dos ejemplares de aquellos libros de Editorial Sigma de l950, que hacían mis delicias cuando niña.


La Colección Sorpresa, con ilustraciones de Rodolfo Dan y versos, la mayoría de las veces, de Julia Daroqui, tenía la particularidad de un doblez en la página ilustrada, pestaña que se abría dando lugar, con el cambio de apenas algunos elementos, a una escena totalmente diferente.


La nostalgia hizo que me los llevara a casa y allí, como todo adulto que recuerda su infancia, me dejé llevar por profundas reflexiones: -"¡Qué tiempos aquellos! Pensar que una broma era hacerle cosquillas con una pluma al compañero. Mientras que ahora..."


Pero en seguida recordé las advertencias de mi madre cada vez que iba a la plaza a deslizarme por el tobogán: "Revisa bien antes, que no haya hojas de afeitar en la madera" Y todo el placer del juego desaparecía ante el terror que despertaban aquellas afiladísimas "gilletes" acechando las nalgas infantiles y puestas allí ¿por quién? como una broma macabra.
Y recordé que también otros miedos poblaron mi infancia; que no fue una etapa de la vida donde estuvo excluido el dolor, que fue en verdad un universo inestable, en constante transformación, lleno de búsquedas e interrogantes, y que sólo alcanzó un equilibrio y una estructuración definitiva a través del tiempo, transitando reiteradas frustraciones, fracasos y decepciones.
¿Por qué nos aferramos a esa concepción romántica de la infancia como paraíso perdido? ¿Queremos tal vez reservarlo como un mundo alternativo, lo suficientemente lejano como para que el oleaje de la realidad no logre alcanzarlo jamás y en el que podamos refugiarnos buscando un entorno afectivo protector?
Ya lo dijo Benedetti: "La infancia es, a veces, un paraíso perdido. Pero otras veces es un infierno de mierda".
Sin llegar a estas precisiones escatológicas Jorge Teillier, melancólico y solitario poeta del sur de Chile, advierte en Muertes y maravillas que " la infancia no sólo es el dominio de la pureza sino que también allí los ángeles de las tinieblas extienden sus alas. No canto a una infancia boba -continúa- en donde esté ausente el mal, a una infancia idealizada; sé muy bien que la infancia es un estado que debemos alcanzar, una recreación de los sentidos para recibir limpiamente la admiración ante las maravillas del mundo. Nostalgia, sí, pero del futuro, de lo que no nos ha pasado pero debería pasarnos".
 ¿Y qué es, en verdad, lo que debería pasarnos? Simplemente poder mantener el asombro, esa capacidad  de ver todo como si fuese la primera vez, prefiriendo el misterio al conocimiento, el deslumbramiento ante la belleza del arco iris a la explicación de sus leyes físicas.
Si lo hacemos, si recordamos que crecer no es iluminar todo con la luz de la razón, tal vez podamos conjurar ese sentimiento de melancolía que nos impide el disfrute del presente y el optimismo necesario para afrontar nuestra responsabilidad como adultos.
Porque ya se sabe: los paraísos son para abandonarlos y echarnos a andar. Pero llevándonos la mirada.

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