Ya desde el día de mi nacimiento la poesía fue la encargada de darme la bienvenida: mi abuelo celebró mi arribo escribiendo y dedicándome un poema que publicó en el diario del cual era director. Allí vaticinaba: “Vas a encontrar, gurisa’e mis quereres, ¡angelito sin alas! / el amor de unos pocos que sostiene / y el egoísmo ‘e muchos, que acobarda.”
Sin creer mucho todavía en estas premoniciones, me dormí en brazos de “esos pocos que sostienen” arrullada tanto por los cánticos religiosos de mi abuela “Alabado sea el Santísimo Sacramento del altar y la Virgen concebida sin pecado original” como por las cancioncillas juguetonas de mi madre: “Con leche de su cabra / Pastora hizo un quesito / el gato la miraba / con ojos golositos”
Otro tío me enseñó la fuerza estremecedora del dolor y la muerte, recitando sobre una mesa, en su histrionismo magnífico: ¡No! ¡que no quiero verla! ¡que no quiero ver la sangre de Ignacio sobre la arena!
Mi tía, en cambio, me mostró la muerte como algo más cotidiano y hasta dulce, donde la tristeza y la resignación iban de la mano : ¡Pobre Carolina mía, / nunca la podré olvidar! / Ved lo que el mundo decía / viendo el féretro pasar”
A los 4 años, fruto de este privilegiado entorno familiar, yo tenía ya una relación firme y entrañable con la poesía, y quise buscar por mí misma nuevos poemas, nuevas voces, entre los libros a los que aún no podía acceder sola. Así comenzó mi relación con la escuela, en la que deposité todas mis esperanzas, pues allí, ¡oh, milagro! me enseñarían a leer.
Pronto comprendí que leer poesía dentro de la escuela no es lo mismo que leerla fuera de ella: los propósitos de la institución no eran los míos. Hubo, es cierto, momentos de goce, descubrimientos, maestros especiales, pero en general sentí que la poesía escolarizada, prisionera en el currículo, no era la misma.
Ya no más paladear el sonido de las palabras ("lean con la vista") ni imaginar significados ("abran el diccionario") o apropiarnos del sentido de alguna expresión ("¿qué quiso decir el autor?")
Mucho menos determinar el tiempo destinado a la lectura, que no estaba ligado a nuestro interés sino a una lista infinita de actividades anexas: responder el cuestionario, interpretar por la plástica, señalar sujeto y predicado, buscar datos sobre vida y obra del autor...
Fui maestra después, y comprendí que yo también era víctima de un sistema de enseñanza. Porque ¿cómo conciliar la obligación de enseñar a leer rápido, de evaluar, de vincular conocimientos, con la convicción de que, para crear un vínculo firme con la poesía, sólo era necesario "perder" el tiempo y dejar leer?
Tal vez la escuela no sea el ámbito más adecuado para que florezca la poesía. Tal vez la explicación la dé el Programa Escolar cuando aclara, al determinar los contenidos correspondientes al género lírico que deberán desarrollarse en cada grado: "Los contenidos aparecen enunciados en forma explícita al inicio de cada secuencia y se mantienen de manera implícita en los siguientes grados. Con ello se asegura la continuación, frecuentación y profundización del saber"
No sentí jamás, al leer poesía, que mi saber se hacía más profundo. Mas bien sentí todo lo contrario: las dudas aumentaban, las posibilidades se volvían infinitas, el límite entre lo real y lo imaginario se tornaba difuso. Ni una certeza en qué agarrarse, pero, en cambio ¡qué plenitud!
Ojalá todos los niños puedan sentir esa plenitud que a mi me dio la poesía. Y si la familia no tiene los elementos necesarios para propiciar ese encuentro, que sean los maestros los capaces de articular los propósitos didácticos con aquellos indispensables para preservar el sentido de leer poesía.
Yo sé que muchos no creen que existan docentes preocupados en formar seres humanos más libres.
Pero que los hay, los hay.
Pero si algo quiero mencionar ahora, pues la circunstancia es propicia, es a lo que me aconteció en una tarde fría de colegio del año 71 o 72, épocas en que se estudiaba en los dos turnos. No sé por qué pero estábamos sin profesor ese día, esa tarde, mejor dicho. Mis compañeros mataperreaban, la bulla era infernal: gritaban, se perseguían, se trepaban en las carpetas, se tiraban cosas. En medio de ese laberinto, sentado como estaba decidí sacar mi libro de lectura FTD. Hojeaba el libro, cuidadosamente lo hacía. Hasta que mis ojos se posaron en un dibujo de un personaje vestido a la usanza del siglo XIX, su mirada era pensativa, preocupada, triste. Al lado había un poema que desde los primeros versos me atraparon.
ResponderEliminarAl ver mis horas de fiebre
e insomnio lentas pasar,
a la orilla de mi lecho,
¿quién se sentará?
Cuando la trémula mano
tienda, próximo a expirar,
buscando una mano amiga,
¿quién la estrechará?
Cuando la muerte vidríe
de mis ojos el cristal,
mis párpados aún abiertos,
¿quién los cerrará?
Cuando la campana suene
(si suena en mi funeral)
una oración, al oírla,
¿quién murmurará?
Cuando mis pálidos restos
oprima la tierra ya,
sobre la olvidada fosa,
¿quién vendrá a llorar?
¿Quién en fin, al otro día,
cuando el sol vuelva a brillar,
de que pasé por el mundo
quién se acordará?
Era la Rima LXI de un tal Gustavo Adolfo Bécquer. Su lectura me conmovió de tal manera, que pasados los años no he olvidado esa suerte de “terremoto emocional” que me provocó leer ese poema (ahora sí quiero ser hiperbólico en el afán de reflejar la impresión que causó ese poema a ese niño de nueve o diez años que fui). Por coincidencia, eran tiempos en que la preocupación o el miedo de quedarme solo en el mundo me atormentaban en ciertos momentos.
Es un fragmento de una entrada de mi blog, apreciada Mercedes. Hermoso tu texto, como todo lo que escribes. Un abrazo y que los nuevos días te sonrían.
PD: Permíteme la publicidad, el link de mi blog es http://elbbdordelanoche.blogspot.com/
Mi primera novela leída fue “Matalaché”, tenía entonces catorce o quince años, empecé bastante tarde a leerlas: conmigo no hubo enfermedades oportunas que me llevaran a la cama y me permitieran devorar las obras de Verne y Salgari (lo mío fue menos poético y más prosaico). Después vinieron en completo desorden novelas, libros de cuentos y el gran descubrimiento de mi adolescencia, la poesía. Y como todos, o casi todos, empecé por Bécquer, aún conservo el libro de “Rimas y Leyendas” que yo mismo empasté para darle una imagen más elegante a la humildad del producto de Editorial Universo S. A. Su lectura me permitió experimentar lo que años después leyera en un texto de Octavio Paz (cito de memoria): “Todos nos enamoramos, sólo Garcilaso convierte su amor en sonetos”. Efectivamente, cuando leí esos breves poemas, sentí que Bécquer expresaba con sencillez y precisión emociones y sentimientos que venía yo sintiendo por alguna niña y que yo no encontraba la manera ni la forma de expresarlos. Entonces Bécquer fue Dios, en una etapa de mi adolescencia. Luego vendría el descubrimiento de Pablo Neruda y su mil veces citado libro amoroso: “Veinte poemas de amor y una canción desesperada” que logré comprar en una librería que funcionaba en un zaguán de una vieja casona del Parque Universitario, ese ejemplar todavía está en mi biblioteca: una vieja edición de Editorial Losada con "seis ilustraciones de Raúl Soldi" . Y así incursioné y me adentré en la poesía, después vendría “Heraldos negros”, “Trilce” (que me parecía cualquier cosa menos poesía), la poesía de Eguren, Rubén Darío, Heraud, una vieja antología de poesía hispanoamericana, empastada en cuero y que mezclaba a grandes poetas con gente que sólo hacía versos, etc...
ResponderEliminarAhora sí me marcho, Mercedes, recordé que tenía algo escrito en mi blog relacionado con la poesía. Gracias por el espacio. Saludos desde mi morada de Barranco.
Gracias, Orlando, por tu aporte!
ResponderEliminarY si, las lecturas de la infancia tienen esa fuerza para imponerse que hacen que no las olvidemos fácilmente.
Me encantan las anécdotas de tu blog: la de los libros pedidos al embajador mexicano es impagable!
Vuelve por aquí cuando quieras: eres siempre bienvenido
Me gusta tanto Uruguay que me resultaba incómodo no encontrar un blog hermano.
ResponderEliminarGracias por compartir tus escritos.
Bienvenida, mic! Al Uruguay, al blog, al intercambio. Hoy navegué en barcos de papel por el mar de las pampas. Sin duda volveremos a encontrarnos.
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