El acceder del niño a la poesía libremente, sin la fiscalización de un adulto que seleccione “lo adecuado” o prohíba lo inadecuado parece ser la condición imprescindible para que ese primer contacto sea inolvidable.Tener la posibilidad de buscar por uno mismo aquellos libros que parecen hablarnos sólo a nosotros es, en efecto, una experiencia inigualable.
Los libros “inadecuados”, los que nos pronostican que no entenderemos o que "no son para nosotros" son, por lo general, los que recordaremos toda la vida, porque nos permitirán volver a ellos una y otra vez, descubriendo siempre un nuevo reflejo. Los libros totalmente comprensibles, cuyas palabras y anécdotas sean fácilmente asimilables nos darán una satisfacción momentánea, rápidamente olvidada.
Pero no demonicemos, tampoco, la intervención de los adultos que, cuando es sensible e inteligente, es capaz de abrir puertas insospechadas.
En su imprescindible libro Cómo acercarse a la poesía Ethel Krauze narra esta experiencia infantil:
“No creo que hubiera sido la primera vez, pero fue la indeleble: tengo seis, siete años, estoy a la mesa frente a un plato de jaletina, mis pies no tocan el suelo. Miguel, que ya es grande, habla con mi madre de cosas muy profundas, creo que de Sócrates. Berta está salpicando el mantel con trozos de jaletina que escupe entre berridos: es muy chica; de repente, no sé cómo, acabamos trenzadas a manotazos. El blanco mantel queda hecho un asco de pegotes color frambuesa. No hay modo de controlarnos. Después de unos gritos inútiles mi madre se queda callada contemplando el mantel. Nos paraliza. “¡Miren! dice, es la sangre de Ignacio sobre la arena!” Nos miramos, asustados.
-“Sí, ¿no ven? El mantel es como la arena y esos cachitos de jaletina son las gotas de sangre del pobre Ignacio que está muriéndose…
-¿Quién es Ignacio? preguntamos.
-Un torero. Y lo mató el toro
-¿Lo mató?
-Miren, les voy a contar. El tenía un amigo que lo quería muchísimo y lo fue a ver torear. Y cuando lo vio tirado, lleno de sangre, se levantó gritando: “Avisad a los jazmines con su blancura pequeña que no quiero ver la sangre de Ignacio sobre la arena!” ¿Se imaginan? Les pidió a los jazmines, que son unas florecitas blancas, que llegaran corriendo a tapar la sangre de Ignacio porque no quería verla, porque le daba mucho dolor ver a su amigo así. Vengan, florecitas, les dijo, y a todos los demás les dijo avísenles que ya se apuren. ¿No es precioso?
Algo como un bloque de plomo muy brillante me golpeó la cabeza. Sentí que las lágrimas me subían enloquecidas hasta los ojos, como si nacieran en el centro de mi cuerpo. ¿Un torero? ¿Cómo un señor se para en un lugar para que lo mate el toro? ¿Cómo su amigo se pone a gritar a las florecitas que se apuren para tapar la sangre?
-Y su sangre ya viene cantando, dice el poeta. ¿Se imaginan cuánto quiere a Ignacio que hasta oye cantar su sangre?
Mi madre va diciendo los versos y va explicándolos y su rostro se vuelve dorado y me extiende una servilleta para que me suene la nariz, porque ya no puedo seguir ahogando los sollozos. Berta comienza a recoger los trozos de jaletina y los va poniendo sobre el plato; Miguel está muy serio y muy pálido.
Estoy llorando, pero siento tanta felicidad al mismo tiempo que no sé qué me pasa. Lloro por Ignacio, muchísimo, no soporto ver su sangre sobre la arena. Pero también lloro horrible por el amigo que sufre más porque no soporta verlo sufrir. ¿Y esta felicidad? ¿Por qué tengo esta sensación como de mareo cuando veo volar el enjambre de flores blancas en el cielo de la tarde? ¿Por qué me queda una canción tan dulce en las orejas cuando oigo a la sangre cantando por marismas y praderas y ni siquiera sé qué son “marismas y praderas”? ¿Por qué ya no quiero ahorita ver la tele, ya no quiero hacer la tarea, no quiero ir a jugar al patio? ¿Qué quiero? Ay, que no quiero verla, que su recuerdo me quema…
-Esto es la poesía, dijo mi madre levantándose de la mesa. Miré el mantel, su blancura manchada de rojo. Y me enamoré para siempre de Federico García Lorca”.
Indudablemente no todos los niños que viven este tipo de experiencias sentirán de la misma manera la magia de las palabras o se convertirán en escritores; es posible que Miguel y la pequeña Berta recuerden de otra forma la misma escena, o incluso la hayan olvidado. Tal vez Miguel haya vuelto en seguida su pensamiento a la conversación anterior sobre Sócrates y Berta recuerde sólo las manchas rojas sobre el mantel (de hecho el primero se dedicó de adulto al psicoanálisis y su hermana a las artes plásticas)
Tal vez para dedicarse especialmente a la poesía sean necesarias también ciertas características personales: quizás una tendencia a la ensoñación, a la melancolía y a la fabulación, que sólo o casi solo con los libros y la poesía se puede cultivar. Pero sin duda tanto quienes se dedicarán al psicoanálisis, a las artes plásticas, o a la carpintería, verán su mundo y su mirada enriquecidos por el temprano contacto con la poesía.
Muy buen apunte. Gracias. Saludos, Mercedes.
ResponderEliminarGermán, si algún día ves pasar por algún lado el libro de Ethel Krauze no lo dejes escapar.
ResponderEliminar¡¡Qué buena pregunta, querida Mercedes!!
ResponderEliminar¿Qué es preciso vivir, qué se necesita para sentir de manera divergente, diferente, para mirar con otros ojos aun teniendo los comunes ojos del resto del mundo.
Sé que tú lo sabes y que nada tiene que ver con la receta de la rima para almas cándidas sino con la hondura del pensamiento para almas profundas.
Y,entonces, nos caemos al pozoespejo de Anaclara y huimos de los ripios que, como si los niños fueran marionetas,se les ofrecen con tanta terrible profusión.
Y un abrazo sin rima. Y un ¡bienvenida! tras Proust.
Un beso que te dure diciembre.
Querida Rosa, qué bueno que no haya respuesta para algunas preguntas! Cada uno tendrá que buscar y buscar. Y el que busca, ya se sabe: siempre encuentra.
ResponderEliminarAbrazo grande, para ti y tus muchachos.