"Te puedes sentar, viajero, en esta casa de piedras: es tarde tal vez bajo tu bandera, en tu patria. Aquí siempre es temprano y el fuego está por encenderse (...) Tú, si quieres permanecer o disolverte, puedes hacerlo. Lo único que se exige es azul"

Estas palabras de Pablo Neruda me parecieron oportunas y cálidas para darte la bienvenida. Sean, entonces, la puerta de entrada a mi casa de palabras. Con ellas y las de Octavio Paz comenzamos a navegar.

..... " La poesía /siembra ojos en las páginas /siembra palabras en los ojos /
..... Los ojos /se cierran. /Las palabras se abren."

martes, 23 de agosto de 2011

La poesía enmascarada

Cuando niña vi a Marosa  en su mesa de la Oriental, bebiendo inmóvil en su fina copa, la mirada perdida, los anillos múltiples, el cabello inverosímil.
La vi de noche, en el banco del Liceo Nocturno, bajo el reloj, esperando los ensayos, la vi en el Ding Dong con Cacho, en el Sorocabana salteño, en la Librería Salto con Pipa y Lila, en la Quiroga con Waldemar, hablando de filosofía, con Milans, con Aldo, con Jardim o Enrique.
Se las mostré a mis hijos como les enseñé a Aquilino, para que guardaran en su memoria y en su corazón la visión de los más valiosos hijos de Salto.
Atisbé entre las páginas de sus pequeños libros un universo donde las criaturas trasmutan; los seres corpóreos y mágicos se transforman rompiendo las barreras del espacio y el tiempo.
Después de aquel primer deslumbramiento y con la misma angustia que el hombre primitivo buscó comprender los misterios del universo, he escudriñado largamente su obra, procurando develar, explicar su palabra, atisbar tras la máscara.
He hecho una lectura diferente -ni mejor ni peor, sólo diferente- de aquel asomar a sus páginas en mi adolescencia.
La duda no es un estado demasiado agradable -decía Voltaire- pero la certeza es un estado ridículo.
Puedo decir que no he tenido certezas. No he podido hallarlas. Y está bien que así sea. No hay mejor virtud, para un druida, que guardar lo secreto.
Quizás por eso Marosa sentía especial fascinación por la Monna Lisa, cuyo rictus, según ella, parece decir: Lo que yo sé no lo sabrá nadie. Nunca.
Por otra oparte, después de esta segunda lectura, más analítica y profunda, si se quiere, me queda una sensación ambigua. Tal vez siento algo de nostalgia por la época en que creía posible que aquella extraña mujer pudiese, de pronto, abandonar su copa de licor y elevarse al cielo salteño convertida en lechuza.
Y además, de qué sirve pretender asir un pedacito del universo.
Dice Marosa que siempre hay otra cosa, de la que tuvo, una vez, vaga conciencia.
"Y que a través de los siglos, se verá".



Muchas son las fotos de Marosa que circulan en la web, la mayoría de sus años en Montevideo. Pero la imagen que vive en mí es la de su jovencísima y solitaria irrealidad en el Salto Oriental. Así aparece en estos pequeños libritos, hoy inhallables y que atesoro como recuerdo familiar, donde la editorial Lírica Hispana, de Venezuela, publicara sus primeros poemas.

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