"Te puedes sentar, viajero, en esta casa de piedras: es tarde tal vez bajo tu bandera, en tu patria. Aquí siempre es temprano y el fuego está por encenderse (...) Tú, si quieres permanecer o disolverte, puedes hacerlo. Lo único que se exige es azul"

Estas palabras de Pablo Neruda me parecieron oportunas y cálidas para darte la bienvenida. Sean, entonces, la puerta de entrada a mi casa de palabras. Con ellas y las de Octavio Paz comenzamos a navegar.

..... " La poesía /siembra ojos en las páginas /siembra palabras en los ojos /
..... Los ojos /se cierran. /Las palabras se abren."

lunes, 12 de septiembre de 2011

Una ronda divertida

Además de las innegables virtudes de ser una investigación seria, comprometida y extraordinariamentre bien escrita, el libro A salto de sapo de Magdalena Helguera tiene, para nosotros, los de la "guardia vieja", un encanto especial: la mayoría de los títulos y autores de literatura infantil uruguaya citados en él han pasado por nuestras manos.

El período abarcado en el estudio, de 1918 a 1989, permite que encontremos allí todos los libros que leímos a nuestros hijos pero también  aquellos que acompañaron nuestros años infantiles (confesémoslo: más cerca del principio que del final) y hasta aquellos que leyeron nuestros padres.

Así leímos con emoción el comentario sobre la obra de Antonio Soto Boy y su libro Ronda de los niños: "A pesar de los cambios radicales en las costumbres acaecidos desde entonces -expresa Helguera- parece aun hoy mucho más fresco y actual que más de uno de quince o veinte años atrás".

Al conjuro del nombre aquellas historias que durante tantos años durmieron en mi memoria se fueron abriendo paso nuevamente y aparecieron otra vez Romulín, Colocha, la Coca, Maruja, con sus aventuras tiernas y divertidas, ajenas a todo didactismo.

El libro había sido adoptado como texto auxiliar de lectura para 3ª y 4ª años por el Consejo Nacional de Enseñanza Primaria en la década del 30 pero cuando yo lo conocí, cuarto siglo después, ya había sido abandonado por las maestras. Helguera acierta, sin duda, en el posible motivo: "Tal vez por eso no les gustó a las maestras de entonces: era demasiado risueño y alegre. Probablemente les pareciera lectura 'liviana' y 'poco educativa', algo así como las 'malignas' historietas." Y continúa lamentándose de haber descubierto hace muy poco tiempo la obra de Soto Boy.

Yo, que tuve el privilegio -sin duda por haber nacido antes- de haber tenido entre mis manos de niña aquel libro de gruesa tapa de cartón, cuyas ilustraciones - dibujos de Macaya- coloreé con mis lápices de color, he vuelto hoy a descubrirlo. La feria de Tristán Narvaja ¡otra vez! ha propiciado el reencuentro.

Soto Boy volvió, años después (1945) a las escuelas uruguayas. Su Cachito y Rigoleto mereció entonces el título de "libro escolar" y mayor atención de los docentes. Sin duda las proporciones alarmantes que el quiste hidático había tomado en nuestro país justificaban un libro que, dedicado en especial al medio rural, inculcara nociones de higiene y cambiara hábitos nefastos. Pese al didactismo confeso de la obra, la historia era amena y entrañable y aún hoy recuerdo aquellos versos: ¡Arriba Cachito! / ¡Muera el quiste hidático! / ¡No queremos nada / con ese antipático!

Pero elijo hoy rendir tributo a aquellas historias simples y renovadoras de casi un siglo atrás compartiendo con ustedes la descripción de Colocha, uno de los personajes del libro que gozaba de mis mayores simpatías.

"Los jueves y los domingos, como no tienen colegio, los chicos de doña Emilia vienen a pasar la tarde con los chicos de doña Mariquita. Los chicos de doña Emilia también son cinco: Romulín, Colocha, Rosita, Bolita y Manolo. Agregados a Maruja, Julito, Polito, la Coca y Anita, suman diez.
Cuando se juntan todos, Josefa exclama:
-¡Dios nos asista!
Y corre a la cocina, horrorizada.
Romulín, que es el más diablo, en seguida busca un hilo de acarrete y lo amarra a una pata de la mesa de la cocina para arrastrarla cuando Josefa se pone a picar cebolla. Maruja se alarma y dice:
-Mamá no quiere que nos metamos con la sirvienta. Después se enoja y se va.
Colocha le responde:
-Y eso, ¿qué importa? Cuando Josefa se vaya, picas la cebolla tú. ¿A ti no te gusta picar cebolla? A mí, con locura.
-A mí, no -dice Maruja- porque me hace llorar.
-Pues yo, al contrario; yo hago llorar a la cebolla.
Todos los chicos se ríen de las cosas de Colocha, que es una niña gorda y vivaracha, con los ojos un poco saltones, el cabello alborotado y los cachetes como dos globitos rojos. La mamá, cuando habla de ella, dice que en el fondo es una pobre sentimentalona a quien se le encoge el corazón por cualquier cosa. Pero ella repite que la cebolla no la embroma. Doña Emilia exclama a cada momento:
-Ven, muchacha, que te arregle esa cabeza. Yo no sé a quién has salido con un pelo tan salvaje.
-Salgo a papá, contesta Colocha.
Y todos vuelven a reír a carcajadas porque el papá de Colocha es un señor completamente calvo.
La chica agrega:
-Sujétamelo bien, mamá, que vamos a jugar a los soldados.
Pero la madre replica:
-Eso es impropio, Colocha. Las niñas juegan con las muñecas.
-Es que Maruja no quiere.
-No quiero -dice Maruja- porque luego les pinta bigotes para que se parezcan a las cuñadas del relojero.
-¡Colocha! exclama la madre. Y se queda mirando a doña Mariquita, que se cubre la cara con la tricota que está tejiendo para que Colocha no la vea reír. Maruja dice:
-No, yo no me río.
-Total -agrega Colocha- se los pinté dos veces nada más.
-¿Y te parece poco?
- Claro. Las cuñadas del relojero se los pintan todos los días.
Maruja también acaba por reírse. Se ríe, diciendo:
-No hay quien pueda con esta Colochita."

En tiempos en que, según los propios textos escolares, el ideal para las niñas es parecerse "a una muñeca por lo linda y buena y porque a nadie molesta",  esta Colocha  desenfadada trae una bocanada de aire fresco a las aulas uruguayas.

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