En el primer tomo de En busca del tiempo perdido encuentro esta magistral descripción que hace Proust de cómo se transformaba, al leer, la voz de su madre.
"...atenta a desterrar de su voz toda mezquindad, todo amaneramiento, que habrían podido impedir la recepción de aquella oleada pujante, infundía toda la ternura natural, toda la cabal dulzura requerida, a aquellas frases que parecían escritas para su voz y que armonizaban, por decirlo así, con el registro de su sensibilidad. Encontraba -para pronunciarlas en el tono debido- el acento cordial a ellas preexistente y que las dictó, pero que las palabras no indican; gracias a él, amortiguaba a la vez toda crudeza en los tiempos de los verbos, infundía al imperfecto y al pretérito imperfecto la dulzura que hay en la bondad, la melancolía que hay en la ternura, dirigía la frase que acababa hacia la que iba a comenzar -ora apresurando ora aminorando la sucesión de las sílabas para modularlas, aunque sus cantidades fueran diferentes, en un ritmo uniforme-, infundía a aquella prosa, tan común, una vida sentimental y continua".
La voz de la madre era, en este caso, la mediadora entre el texto y el niño. Para poder leer solo, éste necesitará crear un mediador propio, intransferible.
Dicen los que saben que leer un texto no es mirar sino oír: de la misma manera que, mirando un pentagrama no oímos la música aunque reconozcamos las notas e identifiquemos la melodía, tampoco podremos leer simplemente mirando el texto. Aunque se identifiquen todas las letras, se conozcan todas las palabras y aún se sepa descifrar la complejidad sintáctica de las frases, no habrá decodificación si no se es capaz de crear en nuestro interior los grupos fónicos que correspondan, dándoles a cada uno la entonación adecuada.
Dicen, por tanto, que para ser un lector competente es necesario crear ese leedor, ese mediador fónico interior que nos permitirá -y sólo él- apropiarnos verdaderamente del texto.
Más allá de los términos técnicos, los que sentimos esa voz interior que nos acompaña al leer -¡y tan especialmente cuando leemos poesía! -sabemos que es así.
Pero hoy he visto, al leer una anécdota que recoge Graciela Gutiérrez Marx en su libro Notas para una estética convivencial que también los lectores incipientes conocen, tal vez intuitivamente, la necesidad de crear su leedor. Así nos lo demuestra esta historia:
Martín leía, con la torpeza del que aún no domina la técnica, el libro que le acababan de regalar. Sus hermanos mayores, lectores avezados, se burlaban de los tropiezos del chiquito.
Entonces Martín, indignado y dolorido, les grita, arrojando al suelo el libro:
-¡No ven, tarados, que todavía no tengo voz de letra!
"Te puedes sentar, viajero, en esta casa de piedras: es tarde tal vez bajo tu bandera, en tu patria. Aquí siempre es temprano y el fuego está por encenderse (...) Tú, si quieres permanecer o disolverte, puedes hacerlo. Lo único que se exige es azul"
Estas palabras de Pablo Neruda me parecieron oportunas y cálidas para darte la bienvenida. Sean, entonces, la puerta de entrada a mi casa de palabras. Con ellas y las de Octavio Paz comenzamos a navegar.
..... " La poesía /siembra ojos en las páginas /siembra palabras en los ojos /
..... Los ojos /se cierran. /Las palabras se abren."
Estas palabras de Pablo Neruda me parecieron oportunas y cálidas para darte la bienvenida. Sean, entonces, la puerta de entrada a mi casa de palabras. Con ellas y las de Octavio Paz comenzamos a navegar.
..... " La poesía /siembra ojos en las páginas /siembra palabras en los ojos /
..... Los ojos /se cierran. /Las palabras se abren."
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