"Te puedes sentar, viajero, en esta casa de piedras: es tarde tal vez bajo tu bandera, en tu patria. Aquí siempre es temprano y el fuego está por encenderse (...) Tú, si quieres permanecer o disolverte, puedes hacerlo. Lo único que se exige es azul"

Estas palabras de Pablo Neruda me parecieron oportunas y cálidas para darte la bienvenida. Sean, entonces, la puerta de entrada a mi casa de palabras. Con ellas y las de Octavio Paz comenzamos a navegar.

..... " La poesía /siembra ojos en las páginas /siembra palabras en los ojos /
..... Los ojos /se cierran. /Las palabras se abren."

miércoles, 14 de diciembre de 2011

Poesía ilustrada

Debo confesar algo que he guardado largo tiempo en secreto (¿podrán perdonármelo los amigos ilustradores?): me ha costado mucho llegar a aceptar la ilustración en los poemas.
Como mi resistencia era irracional traté de explicarla por mi experiencia de niña: no recuerdo en aquellos años haber encontrado ni un sólo libro de poemas ilustrado, quizás porque los que leí no eran específicamente infantiles.

El creciente impulso que ha tenido la ilustración en los últimos años, y, sobre todo, las sugerentes y creativas realizaciones de muchos artistas, me han llevado ahora a aprender a disfrutar y valorar esta "otra mirada" sobre el poema.

Y hoy encuentro estas palabras de Octavio Paz que tal vez expliquen mi antigua resistencia:

"El misterio de la vocación poética comienza con un amor inusitado por las palabras, por su color, su sonido, su brillo y el abanico de significaciones que muestran cuando, al decirlas, pensamos en ellas y en lo que decimos. Este amor no tarda en convertirse en fascinación por el reverso del lenguaje: el silencio. Cada palabra, al mismo tiempo, dice y calla algo. Saberlo es lo que distingue al poeta del filólogo y los gramáticos, de los oradores y los que practican las sutiles artes de la conversación.

A diferencia de estos maestros del lenguaje, al poeta lo conocemos tanto por sus palabras como por sus silencios. Desde el principio el poeta sabe, oscuramente, que el silencio es inseparable de la palabra, es su tumba y su matriz, la letra que lo entierra y la tierra donde germina.

Los hombres somos hijos de la palabra, ella es nuestra creación; también es nuestra creadora, sin ella no seríamos hombres. A su vez la palabra es hija del silencio: nace de sus profundidades, aparece por un instante y regresa a sus abismos." 

Entonces recuerdo aquella caracterización que hacía Heidegger de la poesía como el ocaso del lenguaje: no la instauración de una condición donde no hay más lenguaje sino el continuo y renovado embestir del lenguaje contra sus propios límites extremos, donde naufraga en el silencio.

Sin duda nuestra lengua es palabra y silencio: el silencio como generador de expresividad, como cortina que se corre no para ocultar sino para descubrir un paisaje nuevo, para definir sentidos.
Al leer, también leemos esos silencios, y aportamos los nuestros. Creemos llegar al poema a través de las palabras, pero en verdad, llegamos a través de "algo" que lo vincula a nuestra respiración interior y al palpitar del universo.

Vuelve entonces a mí el desconcierto infantil que sentí ante el primer libro de poemas: ¿por qué tanto espacio en blanco? Las letras, amontonadas en el centro, formaban una figura alargada que se ensanchaba o adelgazaba levemente y de ese conjunto apretado de palabras surgía una melodía: ello era muy disfrutable y fácilmente entendible. Pero había algo más, que me atraía oscuramente: desde ese inquietante espacio en blanco, desde ese marco que rodeaba las palabras y aún se colaba entre ellas formando pequeños rectángulos (aún no sabía que se llamaban estrofas) se sentía fluir, sin cesar,  algo desconocido -¿tal vez el misterio de lo no dicho?- que me hablaba sin palabras.

Es muy posible, entonces, que en mi resistencia a aceptar la ilustración yo haya querido recuperar la posibilidad de enfrentarme, sin intermediarios, al silencio.

Hoy sé que de palabras y silencios, de presencias, pero sobre todo de ausencias, de misterios, de cosas que aparecen en el flujo del tiempo y desaparecen y vuelven a aparecer, de todo eso, en suma, está hecho un poema.
Pero también sé que de todo eso se nutre el ilustrador, que también es un lector, para crear sus imágenes. Y sus silencios. Porque los silencios del poema no desaparecen al ilustrarlo, mas bien, se multiplican.
Y así la poesía sigue su fluir constante en busca del sentir de otros para recomenzar el ciclo, sin alcanzar certezas jamás, en un diálogo circular e infinito. Porque su largo viaje solitario pretende llegar a un tiempo fuera del tiempo, al espacio del mito, a un lugar en que el hombre fue, alguna vez, otra cosa que hombre.

 






 





2 comentarios:

  1. Muy interesante esa visión de la ilustración en la poesía. Palabras a tener en cuenta.

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  2. Sin duda usted es un poeta de la imagen, Matías.
    No hay más que ver lo que hace para comprobarlo.

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