Por el umbral del cielo
viene la abuela
trayéndome manzanas
para la escuela.
Se detiene en la puerta
no quiere entrar.
Cae la lluvia de junio
sobre el cristal.
Yo froto las manzanas
con mi pañuelo
mientras borra caminos
el aguacero.
Toda la tarde hablamos
de aquí y allá
porque hay muchas maneras
de conversar.
De Los espejos de Anaclara
Escribí este poema para mi hija. Mi madre había muerto hacía
tres años y ella seguía buscándola. Necesitándola. Cuando fuimos a Salto quiso
ir al cementerio donde la habíamos dejado. No estaba allí. Tal vez en su casa,
entre sus cosas… No, allí se hacía aún más fuerte la ausencia.
Lo escribí para ella. También para mí, claro. Mi madre me
visita seguido, sobre todo los días de lluvia, sobre todo los días de junio. Es
mi madre pero es, sobre todo y siempre, la Abuela. Todos la seguimos llamando
así. Y todos la sentimos llegar, trayéndonos manzanas o lo que sea. Siempre
trayéndonos algo.
Cuando encontré, por casualidad, este poema recogido en un
libro para estudiantes, la primera reacción fue confusa. Primero, de cierto
pudor por verlo “expuesto” así, solito, entre textos de otros autores. Sí, él
ya había sido publicado, pero en un libro mío, de poemas, donde todos los demás
en cierta manera lo abrazaban, lo contenían. Después me dije que era una
tontería: era bueno que él, justo él, hubiera sido seleccionado. Sin duda hay
muchos nietos que buscan. Tal vez fuera para ellos un consuelo saber que algún
día de lluvia, con sólo proponérselo, el reencuentro puede ser posible.
Pero cuando releí el poema me sorprendí: vi que algunas
palabras habían sido sustituidas por espacios en blanco. Por ejemplo, donde
escribí Se detiene en la puerta había
sido suprimida la primer palabra y debía seleccionarse, entre las opciones
planteadas - me, te y se- la que el estudiante considerara
correcta. Había otros dos ejercicios similares, pero me detuve en este,
confundida. Yo había escrito se detiene
pero ¿era esta la opción correcta? Porque sin duda mi madre también me detiene: no debo cruzar ese umbral, y
también te detiene a ti, mi hija: tú
y yo pertenecemos todavía a este lado oscuro donde seguimos buscando y
preguntando. Hay un umbral, invisible pero cierto donde todos – me, te, se y
nos- debemos detenernos porque aún no nos es dado develar el misterio.
Las instrucciones decían que el estudiante debía ser capaz
de resolver los tres ejercicios en treinta minutos de trabajo autónomo. Ha
pasado ya ese tiempo y yo me sigo preguntando. Intuyo que mis preguntas van por
un lado distinto al de la mera concordancia del pronombre y el verbo. Pero no
logro comprender por qué se eligió este poema, cualquier poema, para resolver
ese aspecto.
Guardo como un tesoro un viejo libro -1968- del Consejo
Nacional de Enseñanza Primaria y Normal llamado, precisamente, Poesía. En el prólogo, firmado por Carlos
Alberto Garibaldi, las palabras al maestro son estas: “Es común utilizar el poema en la enseñanza del idioma, particularmente
en lo que se refiere a conocimientos gramaticales. Es necesario un uso muy
cauteloso y sutil. El solo intento de explicar un poema o de someterlo a examen
gramatical, puede hacer estallar el claro espejo de su armonía, desvanecer su
sortilegio, convertirlo en material inerte de laboratorio, fatigar la poesía y
hacerla estéril como valor estético.”
En el texto donde está seleccionado mi poema las palabras al
maestro dicen que “se trabaja en los
niveles macro y microestructural tratando aspectos como jerarquización y
ordenamiento de información textual, análisis de relaciones lógicas entre
ideas, reconocimiento de la progresión temática, relaciones léxicas y
referencia pronominal”
No creo que mi poema pueda aportar nada en esos temas. Yo
sólo quise ayudar a mi hija a entender dónde estaba la abuela.
Es muy bonito el poema. Es muy bonito el texto que escribes sobre él. Son terriblemente inoportunas "las palabras al maestro" en el libro donde se seleccionó tu poema. Un abrazo. Mariano Coronas
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