Recuerdo el desconcierto inicial cuando oyeron la palabra crosepo: ¿cómo es posible? ¿Una palabra que no existe? Entonces ¿se pueden inventar palabras? Y de inmediato el juego, el disfrute: al conjuro de la palabra, dicha primero en secreto, o a gritos, con miedo, con alegría o asombro, escrita con gruesos caracteres en el pizarrón o tímidamente en el borde de una hojita, el ámbito de la clase se iba llenando de crosepos temibles, de afilados colmillos, suaves pétalos mágicos o ruedas de fuego.
Me es grato imaginar ahora a Elsa en un calpo de ligubias. Sin duda es un hermoso lugar. Los niños y los crosepos la saludan.
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