"Te puedes sentar, viajero, en esta casa de piedras: es tarde tal vez bajo tu bandera, en tu patria. Aquí siempre es temprano y el fuego está por encenderse (...) Tú, si quieres permanecer o disolverte, puedes hacerlo. Lo único que se exige es azul"

Estas palabras de Pablo Neruda me parecieron oportunas y cálidas para darte la bienvenida. Sean, entonces, la puerta de entrada a mi casa de palabras. Con ellas y las de Octavio Paz comenzamos a navegar.

..... " La poesía /siembra ojos en las páginas /siembra palabras en los ojos /
..... Los ojos /se cierran. /Las palabras se abren."

lunes, 24 de marzo de 2014

De libros y lectores

- En un libro hay tantos textos como lectores, y todos leemos en él algo diferente, depende de lo que cada uno traiga ya dentro de sí, les digo a mis alumnas.
Me escuchan en silencio, se miran de soslayo. Intuyo que mis palabras no les llegan.

Entonces apelo a la maestría de Skármeta y les leo un fragmento de su novela Soñé que la nieve ardía, un diálogo entre don Manuel y un muchacho ansioso por tener su primer acercamiento con el sexo opuesto.


" - Hijo, acérquese.
- ¿Para qué?
- Hay algo que quiero mostrarle. Algo que le traigo.

El joven se sentó, apoyando los pies descalzos en el suelo y don Manuel extrajo el libro forrado en cuero rojo desde su axila.

- ¿Eso es lo que me trae?
- Aquí, Arturito, hay cosas muy lindas para decirles a las damas.

El muchacho se rascó la cabeza como espantándose el sueño y después se frotó los muslos mientras se le asomaba una sonrisita para el espejo.

- A una "dama", repitió. No creo que me interese, don Manuel. Yo no quiero hablarles, usted ya sabe lo que yo quiero.

- Justamente ese es su problema, joven. Que usted se precipita demasiado. ¿Conoce a este autor?

- Neruda. Desvió los ojos del libro a los ojos del dueño. ¿Pablo Neruda? ¿El poeta?

- Quiero que escuche algo. Va a ver qué cosas tan lindas hay acá para decirles a las damas.

- ¿Tiene buenas minas ese poeta?

Don Manuel invocó con una significativa mirada el tamaño del libro.

- Montones, dijo, abriendo la página donde la cinta cortaba el papel biblia de la edición de las obras completas.

- Pablo Neruda es muy importante. Ganó el Premio Nobel.

- Pues bien. Escuche esto, hijo.
 
Para tu corazón basta mi pecho
para mi libertad bastan tus alas.
Desde mi boca llegará hasta el cielo
lo que estaba dormido sobre mi alma.
 
Es en ti la ilusión del cada día.
Llegas como el rocío a las corolas.
Socavas el horizonte con tu ausencia.
Eternamente en fuga como la ola.
 
He dicho que cantabas en el viento
como los pinos y como los mástiles
Como ellos eres alta y taciturna
y entristeces de pronto, como un viaje.
 
Acogedora como un viejo camino
te pueblan ecos y voces nostálgicas
Yo desperté y a veces emigran y huyen
pájaros que dormían en tu alma.
 
Don Manuel terminó de leer y aplanó con su palma la fina hoja. Sin mirar a Arturo dejó que el silencio se profundizara más y más, que esa ausencia de palabras fuese el triunfo del poeta, lo que une y no se habla. Sintió esa presencia en sus mismos ojos, en el suave reptar que le tembló en la sangre. Entonces apartó los ojos del libro y vio que Arturo miraba absorto el techo con la cabeza contra la muralla.
 
- ¿Comprendes? le dijo suave, como si su vozarrón se hubiese envuelto en terciopelo. Así se le habla a una señorita. Arturo seguía con la vista en el techo, sin que se le movieran ni las pestañas. -¿Qué me dices, hijo? ¿En qué estás pensando?
 
- En cuánta plata será el Premio Nobel.
 
Don Manuel cerró el libro de un manotazo y en un segundo tuvo la puerta abierta. Desde allí hizo aterrizar el volumen en la cama.
 
- El sábado va a haber una gran fiesta. Si usted quiere debutar algún día, será mejor que comience a leer libros como este.
 
Cuando el hombre desapareció Arturo produjo un extenso bostezo que consiguió hacerlo rodar a lo ancho de la cama. Junto a la lámpara hundió el pulgar en el libro e hizo desfilar las hojas como mezclando naipes. De repente lo retuvo y empezó a leer una página azarosa:
 
Bésame, muérdeme, incéndiame
que yo vengo a la tierra
sólo por el naufragio de mis ojos de macho
en el agua infinita de tus ojos de hembra.
 
Alzó la mirada y se quedó oyendo el sonido interior de estas palabras.
 
- Muérdeme, incéndiame, mascó con intensidad. poniendo todos los labios, todos los dientes, toda la lengua y la garganta. Se dio un fuerte puñetazo en la rodilla. Muérdeme, incéndiame, dijo con su voz natural. Y luego: -¡Este sí que es poema! "
 
 
Mis alumnas sonríen. Por el brillo de sus ojos veo que han comprendido.
 
 



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